La Hora del Almuerzo

Amo con el alma a mis dos hijos, por esa razón los observo todos los días detenidamente absorbiendo todas las sensaciones mezcladas en cada segundo; entre felicidad y orgullo pleno. Como están almorzando y disfrutando la comida que les preparé, no se dan ni cuenta que falta su mamá.

– Tuuuuuuut, Tuuuuuuut…
El tono de llamada de mi celular interrumpe el instante obligándome a contestar, y dice “amorcito”.
El bello disfrute junto a mis hijos se quebrantó con el terror de esa video llamada, ya que era por wasap y el celular de mi “amorcito” estaba apagado en el segundo piso.
– ¿Quién es Papá?
Pregunta mi hija de cinco años, pero no fui capaz de decirle que era su mamá. No me salía la voz ni tenía argumentos para explicarle que me llaman del celular de su madre que falleció hace dos meses por Covid-19. Me paré y me alejé un poco de la mesa imaginando lo peor si contestaba. ¿Quién saldrá en la cámara?, ¿será ella?, pero ¿Cómo es posible?, todos esos pensamientos rumiativos cuestionaban mi razón hasta que presioné ese botón verde para contestar.
Gracias a Dios no había nadie frente a la cámara, solamente se veía el revestimiento del cielo y la lámpara colgante. El celular estaba fijo y yo miraba atemorizado e impactante el posible rostro que quizás esperaba ver, el miedo me lo pedía, la imaginaba.
Amé mucho a esa mujer, la extraño demasiado, al igual que mis hijos, ya no encuentro formas de entretenerlos para hacerles olvidar por un momento la tristeza que cargan tan pequeños. Mi hijo de 7 años pregunta siempre por ella, pero mi hija de 5 años, pregunta como si ya se hubiera resignado.
Valientemente comencé a subir la escalera mintiéndoles diciendo que iba por otra cosa, pero era evidente que quería salir de la duda, en mi razonamiento era imposible que el celular se marcara solo. Mi hija me mira hasta doblar en el último peldaño como si sospechara de la situación, le digo que me espere ahí, que les serviré postre. Entro a mi pieza a paso lento mientras sentía en la espalda ese escalofrío que te cubre protegiéndote de algo o alguien que te tocará o quizás por lo que veras aparecerse frente a tus ojos. Al entrar al cuarto matrimonial veo el celular de mi amorcito en medio de la cama marcando la video llamada, lo tomo lentamente y corto.
En mi cabeza quedó un sentimiento de nostalgia que me hiso llorar al instante, los recuerdos que afloraron de ese nido de amor fueron flechas lanzadas directas al corazón, recordé mi vida junto a ella, junto a mi amor. Luego invadieron los recuerdos de verla postrada en la cama, teñida en gris, descompuesta por un maldito virus descontrolado que la afectó distinto a nosotros y que me la arrebató de la existencia.
– Ya no llores más Papá.
No me di cuenta cuando mi hija subió, no la sentí ya que estaba inmerso en el dolor, en la tristeza. Me limpio rápidamente las lágrimas y sonrío para ella, no puede verme así, debo demostrar resiliencia frente a ellos, si me quiebro yo, nos quebramos todos.
– Papá, ya recibiste el llamado de Mamá, no llores más.
Cuando me dice eso la miro extrañado. No podía comprender que una niña de 5 años pudiera confrontar, sostener o entender claramente el dolor tan grande como el de perder a un ser querido, a su mamá.
La abrazo fuertemente.
– Mamá ya viene a buscarte, tu dolor cesó.
La tomo de los hombros y la miro fijamente a los ojos, había algo que no comprendía y me aterraba. No la sentía mi hija.
– Papá, ya es hora que te vayas al cielo. Ya pasaron 80 años desde tu muerte. Tu tiempo en el limbo terminó, mi Madre espera por ti.
Salté despavorido hacia atrás que llegué a caer al piso porque desconocí inmediatamente a la niña frente a mí, ya no era mi hija, era como una persona adulta en ese pequeño cuerpo. Luego mi hijo frente a la puerta me mira con una mirada distinta, serio, no eran ellos.
– ¿¡Que le hicieron a mis hijos, que son ustedes!? – Solo pude gritar eso.
– Somos querubines, ángeles, tus hijos celestiales que no alcanzamos a nacer. Nos enviaron para acompañarte en tu tiempo de desolación, para cuidarte y entregarle a tu alma lo que en vida quedó inconcluso.
Ya no podía seguir teniendo miedo, me convencieron inexplicablemente, porque en ese segundo vislumbré la realidad de mis días, de esos días en la hora de almuerzo que siempre eran los mismos, lo sé porque no tengo más recuerdos que ese regocijo con mis hijos; no sé si les regalé una bicicleta, no sé si los llevé a su primer día de clases, no sé…, porque nunca pasó. Nunca tuvimos hijos. Descubrí que la razón de estar en el limbo es para tener segundos de vida que no alcanzaste a realizar, de ese sueño que quedó inconcluso.
En mi caso la enfermedad me mató junto a mi amorcito el mismo día y morimos abrazados en nuestra cama, sin alcanzar la dicha de formar una familia.
Entré a la luz y me desvanecí con la esperanza de verla a ella.

Autor: consciencia12
Imagen: Internet